Agencias, Ciudad de México.- Karolina Long Tain González Rodríguez lanza otra gordita al aceite hirviendo dentro de un gran sartén. Mientras voltea cada una con unas pinzas, grita desde la cocina dándose cuenta que no tiene mucho tiempo.
“¡Abrimos en 15 minutos!” dice mientras al fondo suena música de cumbia.
En Casa Lleca, un albergue para la comunidad LGBTQ+ en un vecindario ubicado en el norte de Ciudad de México, se estableció una cocina comunitaria para ofrecer oportunidades de empleo a mujeres trans y atender a los residentes de la zona.
Mientras González, de 36 años, busca más gorditas —tortas de maíz rellenas de algún guiso— para freír, Thalia Trejo se dedica a rellenar pequeñas bolas de masa con carne de cerdo desmenuzada. Aunque llevan poco tiempo trabajando juntas, González dirige una cocina basada en el respeto mutuo y la comunicación.
“Siempre platicamos nuestros problemas entre nosotras… y siempre buscamos una solución. Somos una comunidad de trans muy unida y muy comprensiva”, dice González.
El comedor comunitario surgió después de que Casa Lleca recibió la aprobación de las autoridades municipales para abrir a través de un programa de asistencia social, debido a que muchas mujeres trans del albergue tenían problemas para encontrar trabajo.
La fundadora de Casa Lleca y activista de derechos humanos Victoria Sámano, de 30 años, le había planteado la idea a González, quien ya tenía experiencia en el mundo de la cocina.
“Ella (Victoria) vio la oportunidad de emplear a nuestras compañeras que llegaban en situación de calle… y darles un trabajo digno”, dijo González.
El comedor está financiado en buena medida por las propias mujeres, quienes equiparon la cocina y compraron sillas y mesas para crear una auténtica experiencia gastronómica.
Originaria de Puerto Escondido, Oaxaca, González llegó a Casa Lleca hace siete meses en busca de refugio y un nuevo comienzo como mujer trans. Estudió cocina en la secundaria, pero más tarde abandonó la escuela y, después de trabajar en un comedor en la ciudad de Oaxaca, decidió viajar a la capital del país para iniciar su transición.
Una vez en Ciudad de México, le recomendaron a un cirujano plástico que le colocó implantes de pecho caducados. El doctor se rehusó a hacer válida la garantía o a sustituir los implantes. Fue entonces que la vida de González cayó en picada.
“Adquirí muchos vicios, muchas, muchas, malas mañas y me llevaron entonces a lugares malos”, recordó. “Pero gracias a Dios siempre tiene algo destinado para nosotras”.
La situación empezó a mejorar cuando llegó a Casa Lleca.
Después de darse cuenta de lo involucrada que estaba con el albergue y de su gran ética laboral, Sámano se le acercó, pensando en que sería una buena jefa de cocina.
Junto con sus demás ayudantes, González dirige un equipo muy unido. Todos los empleados de cocina se levantan a las 7 de la mañana para bañarse y tomar un café. Empiezan a preparar la comida a las 8:30 de la mañana y se alistan para la llegada de los clientes a la 1 de la tarde.
Para González, la cocina se ha convertido en un lugar seguro donde puede usar todo su conocimiento.
“Ahora que encontré este comedor comunitario, este proyecto y este ritmo de vida, pues de aquí me agarro para mis sueños que tenía yo de joven”, comentó.
Aunque en un principio la cocina se creó con la idea de servir y emplear a su comunidad, los vecinos no tardaron en llegar al lugar. Frente a Casa Lleca, Sámano guía a los clientes hasta el pequeño comedor. En un pizarra blanca colgada de una puerta de acero, enormes letras negras señalan, “gorditas de chicharrón, sopa, frijoles, y postre: gelatina” . Todo por 11 pesos (alrededor de 50 centavos de dólar).
Cocinan el almuerzo para hasta 150 personas al día, incluidos trabajadores como Alan Olivares, de 31 años, quien se ha convertido en cliente habitual, comiendo allí las últimas dos semanas.
“Aparte de que me ahorro un poco, cocinan riquísimo”, indicó Olivares, quien se expresó contento con el éxito del nuevo negocio.
“México debe ser más de mente abierta”, subrayó. “Todos somos seres humanos, somos parte de la diversidad”.
Sámano fundó Casa Lleca en 2020, justo en medio de la pandemia de COVID-19, en un intento por ayudar a las personas LGBTQ+ y a las trabajadoras sexuales que no tenían vivienda o corrían el riesgo de perderla. Los hoteles estaban cerrados, dejándolas sin casa o un lugar para trabajar. Indicó que varios de los albergues del gobierno en ese momento no sabían cómo atender las necesidades de la comunidad.
“Y es que cuando acuden a estos espacios, pues suelen ser violentadas y discriminadas”, declaró. “En primera, por el resto de los usuarios, y también por parte del personal que no sabe en dónde colocarlas por su identidad de género”.
“El día de mañana vamos a decir ’gracias Casa Lleca por enseñarme a vivir’”, dijo González. “Gracias por enseñarme un nuevo futuro y progreso en mi vida”.
Sin embargo, muchas personas trans como González no cuentan con el espacio o el apoyo necesario para acoger su identidad, y por lo general son vulnerables a situaciones peligrosas.
La comunidad trans aún enfrenta desafíos en México, donde varias personas transgénero fueron asesinadas a principios de este año, lo que desató protestas e indignación. Según el informe que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos publicó a finales de agosto, se han registrado 36 homicidios de trans en el país en lo que va de año.
Se han logrado algunos avances. Al menos 20 estados del país han aprobado algún tipo de legislación para proteger a las personas transgénero. Ciudad de México también promulgó la ley de Paola Buenrostro, la cual lleva el nombre de una mujer trans y trabajadora sexual asesinada en 2016, que tipifica al transfemicidio como un delito con penas de prisión de hasta 70 años.
Sámano cree que implementar leyes en apoyo a las personas trans es fundamental para su comunidad. Destaca las iniciativas promulgadas recientemente en España y Colombia que abarcan varios aspectos, desde el acceso a servicios médicos, hasta protecciones laborales.
“Una ley integral trans justo aborda muchísimas áreas de la vida de una persona trans y apuesta más a esta cuestión de que tengan más herramientas para salir adelante, e incluso en algunas ocasiones, para poder sobrevivir”, dijo Sámano.
Para las residentes de Casa Lleca, la cocina comunitaria también ha creado mayor sensibilización sobre quiénes son y cuál es su papel en el vecindario.
“Cuando probaron la comida, y vieron que abrimos la cocina, con mucho ambiente, la gente se empezó a acercar”, dijo González. “Nos preguntaban ¿cómo me puedo referir a ustedes? Y las fuimos sensibilizando, somos unas mujeres trans. Y la gente nos ha aceptado muy bien”.